Pasión Crítica

Presentación

La verdadera crítica, así como la verdadera autocrítica deben llevar forzosamente a la acción y a la transformación. Este actuar no puede y no debe ser por su parte indiferente, sino que debe estar dirigido por la pasión; no como desenfreno irracional, sino como aquella pasión de quién por amor al otro y a sí mismo, defiende a ultranza la verdad y la justicia.

La crítica trascendental no puede ser pasiva ni quietista, debe por el contrario ser propositiva y alentadora. El fin de la crítica no debe ser jamás el provocar postración ni desánimo; porque la crítica es, al fin y al cabo, un proceso de la inteligencia, y la verdadera inteligencia debe ser siempre creadora, actora.

"Crítica constructiva", pero sobre todo, "crítica reconstructiva"; porque si bien existen ideologías a las cuales bien vale la pena destruir, no debe hacerse sin tener el profundo deseo de reconstruir el mundo. Y esto sólo puede hacerse como un acto de entrega, de ímpetu, de convicción.

Sirvan estas palabras como preámbulo a los diversos ensayos que la crítica me pueda inspirar, y sirvan ojalá, para mover mentes y almas al cambio, a la mejoría y a la enmienda de tantas injusticias, mediocridades y vicios que vergonzosamente empequeñecen hoy a la humanidad.


-V. Prieto



19/10/09

Acerca de la indiferencia


"El deber del hombre era amar la vida hasta el orgasmo. Los hombres tenían que trabajar para construir el segundo paraíso. Pero todavía no se ha puesto ninguna piedra para su construcción; sólo lágrimas. ¿Se puede acaso construir un paraíso con lágrimas? -E.M. Cioran[1]

"Reflejarme en tu lágrima y tú en la mía. Que cada uno se refleje en las lágrimas del otro. Que todos se reflejen en las lágrimas de todos." -E.M.Cioran
[2]


Resulta difícil -casi un prodigio en nuestros días- seguir confiando en el ser humano, en sus posibilidades y en su bondad; incluso en su inteligencia. Pareciera inevitable que, mientras somos espectadores de los peores crímenes cometidos contra nuestros semejantes y contra la naturaleza, nuestra desconfianza y escepticismo -y por desgracia también- nuestro sentido de impotencia y propensión a la abulia, o a la más vergonzosa resignación; se acrecienten sin aparente remedio.
¿Nos hemos rendido? ¿Hemos renunciado a construir nuestro segundo paraíso? ¿Nos hemos acaso convencido por fin, a fuerza de tanto repetirlo, que es sólo una utopía, que es un imposible, que es sólo un sueño? ¿Lo creemos en verdad? ¿Logramos acaso convencernos de que nuestras cobardías o nuestros egoísmos son inevitables, autojustificándonos?

¿Cómo podemos vivir tranquilos? ¿Cómo podemos no sentirnos involucrados en todas las injusticias, en todo el dolor que el hombre propicia al hombre por estupidez, por prepotencia, por abuso, por avaricia?
Nos hemos perfeccionado tanto en el arte del desapego, que podemos tranquilamente leer –si acaso nos tomamos la molestia de leer– o entreleer en los diarios noticias sobre el padecimiento de millones de personas en el mundo, sin sentirnos implicados de forma alguna en la sordidez y la vileza de los que abusan de ellos; sin descubrirnos automáticamente, parte de la indiferencia y mezquindad humana.
Podemos conciliar el sueño después de ver por televisión en los noticieros, las más cruentas imágenes del sufrimiento de tantos, como si se tratara tan sólo de una película, o de un reality show inspirado en Tarantino, sin reconocer -en el rincón más lejano de nuestra conciencia- que también hay crimen en la indiferencia.

Cuando millones de personas somos testigos de la hambruna en Africa, de los crímenes perpetrados contra civiles en Gaza, de la epidemia de Sida en el tercer mundo, y nos quedamos conformes con nuestra aparente impotencia, con nuestra autojustificada incapacidad, con nuestra ineptitud, y peor aún con nuestra indiferencia; somos complices de lo que esas personas viven. Sin duda, la pasividad resulta criminal, en muchos casos.

Esa pasividad, ese adormecimiento voluntario del espíritu, nos permite vivir sin preocuparnos por nada que no seamos nosotros mismos, con el pretexto fácil de declararnos inútiles e intrascendentes frente al mundo. Así podemos entonces vivir sin sentir casi compasión por el otro, sin tener el más mínimo sentimiento de empatía. Y no hablo precisamente de la lástima, paliativo tan recurrido entre los cristianos, que nos permite vivir dentro de nuestro mundo light con su ética pusilánime y mustia; sino de ver en el otro, un otro yo, un espejo. "Que la lágrima sea nuestro espejo, nuestro autentico espejo"
[3] –Decía Emile Cioran– "¿Qué otra cosa puede servir de espejo a quién perdió el paraíso?"[4]

–No. Desde nuestros pequeños mundos, nosotros no somos culpables. Nosotros no tenemos nada que ver. Es más, nos preocupamos por los demás– Queremos creer, con un cinismo disfrazado de ingenuidad, que nada podemos hacer o en su defecto, que hacemos lo que podemos.

Esa es la caracteristica principal de la ética light
[5], alcanzar el autoconvencimiento, ayudar mediocremente para librarnos del sentimiento de culpa: Dar limosnas, donar alguna cantidad libre de impuestos a una noble causa, reenviar un e-mail. Esa es nuestra gran participación para cambiar la realidad. Lo que hagan los gobiernos sale de nuestras manos. –No es cosa nuestra– porque para nosotros, casi nada es cosa nuestra. Así podemos vivir tranquilos, sin sentirnos culpables. Ya bastante es vivir con miedo como para vivir con culpa.

Pero lo que no somos capaces de pensar, como bien sabía Anaxágoras de Clazómenas, es que todo está en todo
[6]; que nuestra necesidad de vivir "sin culpa, sin remordimiento, sin responsabilidad, sin conciencia", es al fin y al cabo la causa de que al final tengamos que vivir con miedo, y peor aún sin libertad. Si yo sociedad soy por tanto tiempo indiferente ante la miseria de mis semejantes, ¿cómo puedo a pedirle a éstos que me vean sin resentimiento? ¿Si me encargo tan sólo de poseer, sin mirar siquiera al que nada posee, cómo pretendo salir ileso?
El temor ante la violencia, o la certeza de la impunidad que vivimos son, en última instancia responsabilidad nuestra; que no exista un estado de derecho que guarde las garantias de los individuos es de igual modo responsabilidad nuestra; porque nosotros hemos aceptado y favorecido una estructura social y mental sostenidas en la evasión y la indiferencia.

Y no hay que olvidar que, al menos potencialmente ese miedo con que vivimos también encierra turbias conveniencias, ya que logra que nos automaticemos; evitando así nuestros cuestionamientos, fomentando a través de un círculo vicioso nuestra tendencia al conformismo. Ya lo planteaba magistralmente Orwell en 1984, el miedo puede hacer que el hombre acepte someterse ante cualquier sistema y convencerse de cualquier ideología:
“Are you such a dreamer To put the world to rights?I'll stay home forever Where two and two always makes a five”
[7]

¿ África, Palestina, Irak, Francia, Indonesia, Egipto, nuestro propio país? Esos problemas están muy lejos de nuestra realidad. Para nosotros todo esta lejos, la sierra Tarahumara, Ciudad Juárez, Chiapas, Iztapalapa, Tlahuac: Es igual, todo queda fuera de nuestros pequeños mundos individuales
[8].
Y sin embargo, si queremos conservar la humanidad -y sobre todo- a la humanidad; si queremos incluso salvar nuestros pequeños mundos, debemos defender como mínimo dos cosas, a pesar de toda la dificultad que ello implique.

En primer lugar:
Nuestra capacidad de indignación, de reacción, de resistencia y de oposición ante la injusticia; porque no podemos darnos más el lujo de ser observadores pasivos, no sin convertirnos en cómplices del mal que se está cometiendo.
En segundo lugar:
Nuestra esperanza en el ser humano y en su capacidad de empatía, de compromiso con los otros, y con la realidad, con el universo que lo contiene. Porque sin esta esperanza caeremos en la inmovilidad del desencanto, o en la indiferencia; en el vacío del sin sentido. Sin la esperanza compensando la indignación, caemos en la destrucción sin reconstrucción, sin restauración.
Pero tanto esta indignación y rechazo, como esta esperanza, sólo pueden provenir de nuestra más profunda inteligencia y no desde nuestra visceralidad, ni de nuestra ingenuidad.
Como bien ha dicho José Antonio Marina, la inteligencia humana está fracasando
[9]. Está fallando en sus estructuras globales, y esta falla proviene de cada uno de sus componentes individuales, de cada una de las partes del todo. La gravedad es, que la falla está en cada individuo que se deja vencer por la indiferencia, tal como un cáncer que daña célula por célula.
¿Qué vamos a hacer al respecto? ¿Cómo vamos a curar al organismo si no arreglamos su daño celular?

El cambio, debe venir del individuo, de cada uno de nosotros, y sólo es posible lograrlo a través de la conciencia y la acción, trascendiendo por un instante nuestro desproporcionado interés en nuestros mundos particulares, en nuestra pequeña y egoísta realidad. La única causa perdida es aquella que se abandona. ¿Seremos desertores? ¿Continuaremos abandonando a nuestros semejantes? ¿Abandonaremos a quienes amamos? ¿Nos abandonaremos a nosotros mismos? Porque eso es al fin y al cabo lo que hacemos todos los días, desde nuestra cómoda indiferencia."El instante absoluto de la existencia, empieza cuando las sombras son derrotadas por la luz que hay en nosotros."
[10] Escribió Cioran.
Sin duda es tiempo de hacer la luz.


[1] El libro de las quimeras, Tusquets Editores 1996, p. 125
[2] Op. cit. p. 117
[3] El libro de las quimeras, Tusquets Editores 1996, p. 117
[4] Op. cit. p. 117
[5] Utilizamos aqui el concepto light, basado en las tesis de Lipovetsky, El crepúsculo del deber, Anagrama
[6] Teoría de las homeomerías de Anaxágoras(-500- -428), “Todo está en todo, y forma parte del todo”
[7] 2+2=5 Radiohead, haciendo referencia al libro 1984 de George Orwell
[8] Heráclito de Efeso hacía referencia a los mundos particulares, que pertenecen a los que estan dormidos
[9] El fracaso de la inteligencia, José Antonio Marina, Anagrama, 2006
[10] El libro de las quimeras, Tusquets Editores 1996, p. 112

14/3/09

Enseñar Ética

Moral, es un árbol que da moras...
-Gonzalo N. Santos



Si bien Ética
[1] es el nombre que académicamente se le da a la materia de estudio que examina tanto las distintas doctrinas morales a lo largo del tiempo, como las teorías de los filósofos al respecto de lo que se considera la misma; no hay que olvidar, que se trata de una materia -más aún- de una disciplina, cuya finalidad última se debiera encontrar en la aplicación.

Pensemos en el estudio de la Arquitectura para aclarar lo anterior mediante una analogía: Es imposible enseñar a un estudiante a construir, es decir, a convertirse en arquitecto, centrándonos exclusivamente en impartirle clases de Historia de la Arquitectura. Peor aún, con gran probabilidad es imposible hacerlo sólo mediante clases estrictamente teóricas. Un arquitecto se hace mediante la práctica, mediante el conocimiento de la aplicación de los materiales y estructuras.

Lo mismo sucede con la Ética. No podemos enseñar a alguien a ser ético, a hacer uso de la Ética al menos, mediante un curso de Historia de la Ética, ni mucho menos -como es bien sabido- mediante un adoctrinamiento moral. Necesitamos enseñarle la aplicación específica de lo ético, mediante el reconocimiento de su fundamento lógico. Así como enseñarle el ejercicio de la inteligencia sensible.
Pero respondamos antes que nada una pregunta esencial:

¿Qué entendemos por Ética?

Basándonos en primera instancia en Heráclito diremos que la Ética es el carácter
[2] que el hombre conquista a lo largo de su vida, a través de la lucha y equilibrio de aquellos contrarios que contega su existencia. Ética es, al mismo tiempo, la segunda naturaleza aristotélica; cuando ese carácter, asumido a voluntad y a fuerza del ejercicio racional y sensible, se hace constitutivo al hombre.
La Ética es pues finalmente, una forma de actuar, y no meramente una forma de pensar.

La Ética por consiguiente, no sólo es teoría
[3], es práctica. Es un ejercer del carácter libre, racional y sensible del hombre; que en tanto tal, se asume como ser histórico, social, creativo, y lúdico.

Educar a alguien en la Ética, introducirlo a su ejercicio; consistiría pues, en buscar fortalecer en él cada uno de estos componentes, no solamente a través del discurso teórico-racional, si no a través de la educación de la libertad y por consiguiente de la sensibilidad; porque una libertad insensible, no conllevará más que al atropello de la otredad, terminando así con toda posibilidad ética.

La enseñanza de la Ética a nivel formativo, no debiera basarse exclusivamente en la ilustración de las distintas morales que han existido; si no en enseñar al alumno, cuáles son las partes constitutivas del ejercicio ético, las vías posibles para el fortalecimiento de la conciencia, la crítica y autocrítica, la autarquía, y la libertad de manera aplicada. A sabiendas de que “El hombre –al fin y al cabo- es padre de sí mismo”.
[4]

La Ética, tal como Schiller pensaba, sólo puede enseñarse a través de la educación de la sensibilidad estética. A través de comprender qué hace a los seres humanos únicos y bellos. Los griegos entendieron esto muy bien al hablar de la kalokagathía. Enseñar Ética debiera ser un intento honesto por enseñar la aplicación de dicha sensibilidad, con el fin de promover la formación de un ser humano libre, dueño de la construcción de su propio destino.

El carácter ético del que nos habló Heráclito, la segunda naturaleza aristotélica, se alcanzan mediante la lucha -interior y exterior- constante de opuestos. Enseñar en que consiste esta lucha interior, debiera ser parte importante de la enseñanza de la Ética, y sin embargo ha sido un tema mayoritariamente apropiado -de forma desvirtuada- por la Psicología, y del que la Filosofía superficialmente se ha desvinculado.

Entendiendo lo que sucede en la lucha interior es más sencillo extrapolar lo que sucede en casi toda lucha exterior: política, artística, humanitaria, ecológica, científica.

La Ética es el principio del auto-conocimiento, y el auto-conocimiento es el principio de toda Ética: individual y social. Para lograr auto-conocernos es necesaria la autocrítica y para ello en primer lugar enseñamos a pensar con racionalidad mediante la Lógica. Toda construcción Ética debe fundarse sobre la base de la Lógica. Posteriormente, debemos enseñar a aplicar esa crítica sobre nuestro propio acontecer, no sólo sobre el acontecer de nuestro tiempo; porque en esa pequeña distinción, radica parte de la desvinculación del "yo" con el mundo.

Lo que el individuo hace, también es cuestionable éticamente, mi acontecer no está unicamente justificado dentro de mi moralidad, si no que puede ser enjuiciable desde el punto de vista ético, desde lo universalmente humano. Esta dimensión universal suele omitirse en la aplicación.

En la actualidad, herederos de un tiempo en el que la toma de posición se reducía al más necio dogmatismo, tenemos tanto temor de llamar a las cosas por su nombre, de enjuiciar aquello que debe ser enjuiciado, que vivimos en un mundo de permisibidad total. Pensemos tan sólo en un tiempo en el que un asesinato, como el de Saddam Hussein, puede ser transmitido por televisión prácticamente a nivel mundial y ser considerado un evento neutral.

Eludir el análisis objetivo del acontecer humano, escapar de la búsqueda honesta de universalidad, ha sido una salida facilista y conveniente para evadir todo tipo de responsabilidad ética; si bien en la historia del pensamiento, se llegó al acertado cuestionamiento de las “Verdades dogmáticas”, se cayó, por inercia en el otro lado del espectro: La relativización radical.

Delimitar nuestros actos dentro de la moral de nuestro tiempo nos ha servido únicamente como una forma de auto-justificación relativista.

Aclaremos que al hablar de juicios no estamos intentando defender mediante el discurso los juicios morales per se, si no los juicios éticos, aquellos basados en el compromiso de la objetividad. Porque tal como se ha dicho, por un temor desmedido a la claridad y contundencia
[5], hemos llegado a la más ridícula relativización de la realidad, mediante la deformación exagerada de nuestra subjetividad.

Enseñar esa relación de contrarios: Objetividad-Subjetividad es fundamental para la Ética, pero sobre todo enseñar que no son contrarios excluyentes, es decir, que no son lógicamente contradictorios. Interesarse por el otro significa verlo como un "otro yo". La empatía por el otro es fundamental para nuestra propia existencia. La individualidad es importante, pero también lo es la comunidad. La comunidad humana y animal, la comunidad con lo viviente.

Porque la Ética es lucha de contrarios, contrarios que en ocasiones se niegan y se afirman a su vez mediante la tensión.

Para introducir entonces a un alumno en el estudio de la Ética, debemos fomentar principalmente su capacidad de distinguir toda la gama de contrarios que nos presenta la relidad; contrarios que se presentan ante nosotros de distintas maneras: En lo intelectual y en lo cotidiano. Y debemos a su vez enseñarle sobre todo, a resolver las tensiones entre dichos contrarios, sin ignorarlas por falta de claridad intelectual.


Nada de esto le corresponde a la enseñanza de lo que es “Moral” o no.
Un curso laico de Ética, en toda la extensión del concepto, debe centrarse sin duda en la Ética misma, y no en lo que determinada sociedad toma por bueno o malo.


[1] “Conjunto sistemático de conocimientos racionales y objetivos acerca del comportamiento moral” Adolfo Sánchez Vázquez, Ética, Tratados y manuales Grijalbo 1969, p.24. Entendiendo por moral las costumbres y doctrinas de comportamiento de un grupo o una época determinada
[2] En la frase “El ethos es para el hombre su daimon” (22 B 119) Conrado Eggers Lan, Los filósofos presocráticos, Ed. Gredos, 1994, se ha aceptado la traducción daimon por carácter
[3] “La Ética es teoría” A. Sánchez Vázquez, Ética, Tratados y manuales Grijalbo, 1969, p. 20
[4] Aristóteles
[5] Y sobre todo quizá a errar en su búsqueda

Psiquiatras problema



Basta solamente un diagnóstico negligente: "Déficit de atención", "bipolaridad", "depresión"; para que una persona en un momento de debilidad emocional acepte ser medicada por un psiquiatra -e incluso a veces por un médico general que quiera jugar al psiquiatra- con la ilusión de salir de sus problemas a través de una elegante y generalmente peligrosa: "droga con receta". Y peor aún, para que un niño o joven, se considere candidato para un tratamiento psiquiátrico.
Y aunque sin duda existen casos en los que estos medicamentos son estrictamente necesarios, también es cierto que en un importante número de ocasiones podrían ser prescindibles, si en lugar de enseñar a las personas a ignorar y evadir su debilidad emocional mediante la ocultación de síntomas, se les enseñara a recobrar e incrementar su fortaleza interior, combatiendo activamente contra su propia vulnerabilidad.
Porque no es lo mismo que sea forzosamente necesario medicar a un paciente con esquizofrenia o alzheimer, que pretender medicar a cuanto niño o joven nos parezca "demasiado" inquieto, o a cuanta señora nos parezca "deprimida".
Pero lamentablemente parece que este es un problema que en las últimas décadas ha ido en desconcertante aumento. La medicación psiquiátrica parece ser una aterradora moda que lejos de pasar permanece y se extiende. Cada vez son más las personas que por no poder resolver algún conflicto en su vida son fácilmente medicadas. Y peor aún, cada vez son más los alumnos de edad escolar que, por no ser capaces de concentrarse en el aula, son turnados con un psiquiatra, para posteriormente pasar importantes años de su vida -y más grave aún, de su formación cerebral- bajo el uso de fármacos que alteran por completo la química y la salud del organismo.
Siendo profesora de Preparatoria, en este último ciclo escolar -por ejemplo- me encuentro con que en un grupo de 20 alumnos de entre 15 y 18 años de edad promedio, al menos 5 han sido tratados psiquiátricamente y 5 más han sido considerados candidatos para ser sometidos a un tratamiento psiquiátrico. Para fortuna de los cinco restantes la precaución propia o de sus padres, les permitió rechazar la recomendación y proseguir así con una vía más natural de resolver los problemas comunes que acompañan a la adolescencia.
Pero ¿qué pasa con los otros casos? ¿En verdad podemos considerar que estamos hablando de jóvenes que se han visto favorecidos por la medicina psiquiátrica? ¿Podemos decir que, gracias a ese cambio en su química cerebral, se han convertido en personas más fuertes o más conscientes, o con mayor autarquía en sus vidas? Y si acaso fuera así -cosa que por mi experiencia, pongo en tela de juicio- ¿A qué costo sería?
Porque al menos en referencia al pequeño grupo de estudio al que tengo acceso, ninguno lo vivió, ni lo vive de tal manera. Ninguno sintió ser "ayudado"; y por el contrario, la gran mayoría sintió estar siendo violentado en su integridad intelectual, al quedar según sus propias palabras: "-Dopado", "-Sin fuerza ni ánimo para levantar siquiera un brazo..."
El otro ejemplo es también muy claro: Mujeres de clase media a alta que, en una incapacidad por soportar lo que han hecho con sus vidas, eligen la vía de las drogas de farmacia. Y ¿de verdad, todas esas mujeres que recurren al uso indiscriminado de ansiolíticos o antidepresivos, viven "problemas" irresolubles?
¿O será que la sociedad cada vez más fomenta la falta de carácter y autocontrol para superar nuestros problemas y dolores interiores?
Porque si bien es cierto que un cambio químico del cerebro puede favorecer a un cambio del comportamiento, también está comprobado que, un cambio en el comportamiento modifica nuestra química cerebral. Entonces, ¿porque no intentar la vía alternativa?
Pero de nuevo hablamos de la tendencia generalizada a ceder la responsabilidad de sí mismo a cualquiera que, lejos de exigirnos esfuerzo, nos brinde una solución de apariencia rápida y fácil.
¿Por qué los psiquiatras antes de recetar medicamentos tan delicados no hacen un análisis cabal de la ingesta en la dieta de nutrientes y micro nutrientes naturales de las personas con este tipo de padecimientos?¿Por qué no analizan con el máximo detenimiento y ética si la persona puede ser ayudada con otro tipo de terapia interactiva antes de inclinarse por afectar la química de su cerebro? ¿Por qué pareciera que –lejos de descubrirse- se siguen inventando cada vez más padecimientos psiquiátricos para los cuales ya hay esperando medicamentos en el mercado?
No deja de ser remarcable el comentario que un alumno de 4to año de Preparatoria me hizo en una clase de Lógica, cuando yo les explicaba la finalidad de la materia:
-Entonces la gente, antes de buscar al psicólogo o al psiquiatra, debería de curarse con Lógica- me dijo. Sorprendida por su comentario le comenté que un interesante libro llamado "Más Platón, menos Prozac", hablaba de algo parecido: Enseñar a la gente a pensar, que no significa enseñar a la gente qué pensar, sino simplemente enseñarles a tener una estructura de pensamiento, a sacar conclusiones acertadas de sus juicios, a no construir falsas creencias sobre prejuicios o falacias, a no padecer por dichos prejuicios, ni hacer padecer por los mismos a otros. Definitivamente debería considerarse una excelente medicina preventiva, tanto en lo individual, como en lo social.
Y no sólo eso. La Ética, sin duda, si se enseñara como la necesidad de formarse un carácter combativo y propositivo que a fin de cuentas habrá de convertirse en nuestro destino; como la necesidad de fortalecerse -y no endurecerse, ni evadirse- para ser más feliz y generoso sin sucumbir ante el dolor o la adversidad, de igual manera evitaría muchos de los males que padecemos en la actualidad.
Porque nuestro deber es sin duda aprender a responsabilizarnos de la construcción de nuestro destino, y ayudar a quienes por las circunstancias tengan que depender de nosotros, a que logren fortalecerse para construir el propio.
Ojalá sirva esta reflexión para que alguna persona que esté a punto de permitir que se altere innecesariamente la química de su cerebro, reflexione seriamente si ésta es su única opción, especialmente en el caso de la medicación psiquiátrica en menores de edad. Y ojalá que sirva para que los padres de niños y jóvenes diagnosticados con algún problema psiquiátrico se informen bien, y analicen si no se trata de un diagnóstico irresponsable o superficial, ya que a fin de cuentas son ellos quienes tienen el poder de decidir sobre la salud del cerebro de sus hijos, y porque aunque parezca más efectivo y sencillo acabar con las "manías" de sus niños a través de medicamentos psiquiátricos, las posibles consecuencias que en su vida presente y futura acarreará el uso de dichos medicamentos, solamente ellos habrán de padecerlas.
Y porque definitivamente, antes de permitir que nuestra química cerebral sea alterada, poniendo en riesgo nuestra salud mental y física debemos sopesar cabalmente si esta medida es forzosamente necesaria e inevitable; y sobre todo, en el caso de que un niño o adolescente vaya a ser medicado con nuestra autorización por evitarnos la "molestia" o "responsabilidad" de aprender cómo ayudarlo o tratarlo, por considerarlo cuestionablemente: Un "niño problema".


Para mayor información sobre los daños de las drogas psiquiátricas que se suministran innecesariamente en niños y adultos se pueden consultar el siguiente sitio:www.mercola.com

Publicado por v. prieto para pasión crítica el 10/10/2007 12:07:00 AM