Pasión Crítica

Presentación

La verdadera crítica, así como la verdadera autocrítica deben llevar forzosamente a la acción y a la transformación. Este actuar no puede y no debe ser por su parte indiferente, sino que debe estar dirigido por la pasión; no como desenfreno irracional, sino como aquella pasión de quién por amor al otro y a sí mismo, defiende a ultranza la verdad y la justicia.

La crítica trascendental no puede ser pasiva ni quietista, debe por el contrario ser propositiva y alentadora. El fin de la crítica no debe ser jamás el provocar postración ni desánimo; porque la crítica es, al fin y al cabo, un proceso de la inteligencia, y la verdadera inteligencia debe ser siempre creadora, actora.

"Crítica constructiva", pero sobre todo, "crítica reconstructiva"; porque si bien existen ideologías a las cuales bien vale la pena destruir, no debe hacerse sin tener el profundo deseo de reconstruir el mundo. Y esto sólo puede hacerse como un acto de entrega, de ímpetu, de convicción.

Sirvan estas palabras como preámbulo a los diversos ensayos que la crítica me pueda inspirar, y sirvan ojalá, para mover mentes y almas al cambio, a la mejoría y a la enmienda de tantas injusticias, mediocridades y vicios que vergonzosamente empequeñecen hoy a la humanidad.


-V. Prieto



19/10/09

Acerca de la indiferencia


"El deber del hombre era amar la vida hasta el orgasmo. Los hombres tenían que trabajar para construir el segundo paraíso. Pero todavía no se ha puesto ninguna piedra para su construcción; sólo lágrimas. ¿Se puede acaso construir un paraíso con lágrimas? -E.M. Cioran[1]

"Reflejarme en tu lágrima y tú en la mía. Que cada uno se refleje en las lágrimas del otro. Que todos se reflejen en las lágrimas de todos." -E.M.Cioran
[2]


Resulta difícil -casi un prodigio en nuestros días- seguir confiando en el ser humano, en sus posibilidades y en su bondad; incluso en su inteligencia. Pareciera inevitable que, mientras somos espectadores de los peores crímenes cometidos contra nuestros semejantes y contra la naturaleza, nuestra desconfianza y escepticismo -y por desgracia también- nuestro sentido de impotencia y propensión a la abulia, o a la más vergonzosa resignación; se acrecienten sin aparente remedio.
¿Nos hemos rendido? ¿Hemos renunciado a construir nuestro segundo paraíso? ¿Nos hemos acaso convencido por fin, a fuerza de tanto repetirlo, que es sólo una utopía, que es un imposible, que es sólo un sueño? ¿Lo creemos en verdad? ¿Logramos acaso convencernos de que nuestras cobardías o nuestros egoísmos son inevitables, autojustificándonos?

¿Cómo podemos vivir tranquilos? ¿Cómo podemos no sentirnos involucrados en todas las injusticias, en todo el dolor que el hombre propicia al hombre por estupidez, por prepotencia, por abuso, por avaricia?
Nos hemos perfeccionado tanto en el arte del desapego, que podemos tranquilamente leer –si acaso nos tomamos la molestia de leer– o entreleer en los diarios noticias sobre el padecimiento de millones de personas en el mundo, sin sentirnos implicados de forma alguna en la sordidez y la vileza de los que abusan de ellos; sin descubrirnos automáticamente, parte de la indiferencia y mezquindad humana.
Podemos conciliar el sueño después de ver por televisión en los noticieros, las más cruentas imágenes del sufrimiento de tantos, como si se tratara tan sólo de una película, o de un reality show inspirado en Tarantino, sin reconocer -en el rincón más lejano de nuestra conciencia- que también hay crimen en la indiferencia.

Cuando millones de personas somos testigos de la hambruna en Africa, de los crímenes perpetrados contra civiles en Gaza, de la epidemia de Sida en el tercer mundo, y nos quedamos conformes con nuestra aparente impotencia, con nuestra autojustificada incapacidad, con nuestra ineptitud, y peor aún con nuestra indiferencia; somos complices de lo que esas personas viven. Sin duda, la pasividad resulta criminal, en muchos casos.

Esa pasividad, ese adormecimiento voluntario del espíritu, nos permite vivir sin preocuparnos por nada que no seamos nosotros mismos, con el pretexto fácil de declararnos inútiles e intrascendentes frente al mundo. Así podemos entonces vivir sin sentir casi compasión por el otro, sin tener el más mínimo sentimiento de empatía. Y no hablo precisamente de la lástima, paliativo tan recurrido entre los cristianos, que nos permite vivir dentro de nuestro mundo light con su ética pusilánime y mustia; sino de ver en el otro, un otro yo, un espejo. "Que la lágrima sea nuestro espejo, nuestro autentico espejo"
[3] –Decía Emile Cioran– "¿Qué otra cosa puede servir de espejo a quién perdió el paraíso?"[4]

–No. Desde nuestros pequeños mundos, nosotros no somos culpables. Nosotros no tenemos nada que ver. Es más, nos preocupamos por los demás– Queremos creer, con un cinismo disfrazado de ingenuidad, que nada podemos hacer o en su defecto, que hacemos lo que podemos.

Esa es la caracteristica principal de la ética light
[5], alcanzar el autoconvencimiento, ayudar mediocremente para librarnos del sentimiento de culpa: Dar limosnas, donar alguna cantidad libre de impuestos a una noble causa, reenviar un e-mail. Esa es nuestra gran participación para cambiar la realidad. Lo que hagan los gobiernos sale de nuestras manos. –No es cosa nuestra– porque para nosotros, casi nada es cosa nuestra. Así podemos vivir tranquilos, sin sentirnos culpables. Ya bastante es vivir con miedo como para vivir con culpa.

Pero lo que no somos capaces de pensar, como bien sabía Anaxágoras de Clazómenas, es que todo está en todo
[6]; que nuestra necesidad de vivir "sin culpa, sin remordimiento, sin responsabilidad, sin conciencia", es al fin y al cabo la causa de que al final tengamos que vivir con miedo, y peor aún sin libertad. Si yo sociedad soy por tanto tiempo indiferente ante la miseria de mis semejantes, ¿cómo puedo a pedirle a éstos que me vean sin resentimiento? ¿Si me encargo tan sólo de poseer, sin mirar siquiera al que nada posee, cómo pretendo salir ileso?
El temor ante la violencia, o la certeza de la impunidad que vivimos son, en última instancia responsabilidad nuestra; que no exista un estado de derecho que guarde las garantias de los individuos es de igual modo responsabilidad nuestra; porque nosotros hemos aceptado y favorecido una estructura social y mental sostenidas en la evasión y la indiferencia.

Y no hay que olvidar que, al menos potencialmente ese miedo con que vivimos también encierra turbias conveniencias, ya que logra que nos automaticemos; evitando así nuestros cuestionamientos, fomentando a través de un círculo vicioso nuestra tendencia al conformismo. Ya lo planteaba magistralmente Orwell en 1984, el miedo puede hacer que el hombre acepte someterse ante cualquier sistema y convencerse de cualquier ideología:
“Are you such a dreamer To put the world to rights?I'll stay home forever Where two and two always makes a five”
[7]

¿ África, Palestina, Irak, Francia, Indonesia, Egipto, nuestro propio país? Esos problemas están muy lejos de nuestra realidad. Para nosotros todo esta lejos, la sierra Tarahumara, Ciudad Juárez, Chiapas, Iztapalapa, Tlahuac: Es igual, todo queda fuera de nuestros pequeños mundos individuales
[8].
Y sin embargo, si queremos conservar la humanidad -y sobre todo- a la humanidad; si queremos incluso salvar nuestros pequeños mundos, debemos defender como mínimo dos cosas, a pesar de toda la dificultad que ello implique.

En primer lugar:
Nuestra capacidad de indignación, de reacción, de resistencia y de oposición ante la injusticia; porque no podemos darnos más el lujo de ser observadores pasivos, no sin convertirnos en cómplices del mal que se está cometiendo.
En segundo lugar:
Nuestra esperanza en el ser humano y en su capacidad de empatía, de compromiso con los otros, y con la realidad, con el universo que lo contiene. Porque sin esta esperanza caeremos en la inmovilidad del desencanto, o en la indiferencia; en el vacío del sin sentido. Sin la esperanza compensando la indignación, caemos en la destrucción sin reconstrucción, sin restauración.
Pero tanto esta indignación y rechazo, como esta esperanza, sólo pueden provenir de nuestra más profunda inteligencia y no desde nuestra visceralidad, ni de nuestra ingenuidad.
Como bien ha dicho José Antonio Marina, la inteligencia humana está fracasando
[9]. Está fallando en sus estructuras globales, y esta falla proviene de cada uno de sus componentes individuales, de cada una de las partes del todo. La gravedad es, que la falla está en cada individuo que se deja vencer por la indiferencia, tal como un cáncer que daña célula por célula.
¿Qué vamos a hacer al respecto? ¿Cómo vamos a curar al organismo si no arreglamos su daño celular?

El cambio, debe venir del individuo, de cada uno de nosotros, y sólo es posible lograrlo a través de la conciencia y la acción, trascendiendo por un instante nuestro desproporcionado interés en nuestros mundos particulares, en nuestra pequeña y egoísta realidad. La única causa perdida es aquella que se abandona. ¿Seremos desertores? ¿Continuaremos abandonando a nuestros semejantes? ¿Abandonaremos a quienes amamos? ¿Nos abandonaremos a nosotros mismos? Porque eso es al fin y al cabo lo que hacemos todos los días, desde nuestra cómoda indiferencia."El instante absoluto de la existencia, empieza cuando las sombras son derrotadas por la luz que hay en nosotros."
[10] Escribió Cioran.
Sin duda es tiempo de hacer la luz.


[1] El libro de las quimeras, Tusquets Editores 1996, p. 125
[2] Op. cit. p. 117
[3] El libro de las quimeras, Tusquets Editores 1996, p. 117
[4] Op. cit. p. 117
[5] Utilizamos aqui el concepto light, basado en las tesis de Lipovetsky, El crepúsculo del deber, Anagrama
[6] Teoría de las homeomerías de Anaxágoras(-500- -428), “Todo está en todo, y forma parte del todo”
[7] 2+2=5 Radiohead, haciendo referencia al libro 1984 de George Orwell
[8] Heráclito de Efeso hacía referencia a los mundos particulares, que pertenecen a los que estan dormidos
[9] El fracaso de la inteligencia, José Antonio Marina, Anagrama, 2006
[10] El libro de las quimeras, Tusquets Editores 1996, p. 112